En su conjunto, la figura de Séneca cuenta entre las más ricas y sugerentes que haya producido la Antiguedad grecorromana. Resaltan en ella rasgos que la emparentan con el mundo moderno: variedad y complejidad de espíritu y de formas, anhelos y presentimientos de un alma inquieta que tiende a ahondar en el misterio, tormento de una conciencia reflexiva que cultiva dentro de sí los principios de un incesante mejoramiento. Algo de ascético dirigía y animaba la conducta y la obra de este autor. que pudo ser equiparado a Sócrates por sus admiradores. Verdad es que se le ha discutido, y aún vilipendiado, en todo tiempo, blandiendo siempre la antañona acusación de una deplorable incoherencia entre las palabras y los hechos, entre las afirmaciones doctrinales y su conducta en la vida. Injustamente, porque no hay que olvidar que Séneca no fue sólo filósofo y escritor, sino también hombre de Estado, sujeto, por algún tiempo, a las exigencias y oportunismos de la política, ni que su filosofía era bien consciente de la debilidad e incertidumbre humanas.
La filosofía de Séneca no se basa en abstracciones, sino en la experiencia de la vida. Era un esfuerzo constante por resistir a las presiones del mal, por asimilar partículas del bien: esfuerzo de perfeccionamiento moral, tanto más apreciable cuanto que debía luchar con circunstancias en extremo adversas, en medio de lazos inextricables en un mundo oscuro y preñado de insidias. No era un patrimonio de nociones su filosofía; era amor a la sabiduría concebida como finalidad suprema de la vida, al que todos los otros intereses debían supeditarse.
Editorial Porrúa
Colección "Sepan Cuantos"