Si Redondillo y Molineta no hubieran perecido como tantos otros bajo los escombros de la gruta, hubiéramos presenciado algunas divertidas escenas... pero no hubo tiempo... Zancadilla y Diana fueron felices. Jorge Villadiego y Valencia soportó seis meses la gordura y la literatura de su esposa. Al fin una infidelidad de Clara puso término al matrimonio, y Jorge, libre y ufano, y más que todo escarmentado, no paró hasta Huelva, adonde huyó con su mitad de gananciales. Chirinos, prisionero de Tapia, fue sujetado a la misma afrenta que su colega Salazar, y puesto en una jaula. Algún tiempo después los dos célebres gobernadores quedaron libres, y es fama que vivieron acosados por atroces remordimientos; y que al fin murieron de mala muerte. Zapata y su mujer vivieron llorando y esperando siempre ver aparecer a Juanita. Cortés, después de haberse detenido algunos días en Medellín, volvió a México. La admiración, el pasmo causado por su presencia, y la palidez y la demacración que las calenturas habían puesto en su semblante, hacían creer que en efecto acababa de abandonar la tumba. Su tránsito hasta la ciudad fue saludado por brillantes demostraciones de júbilo. Millares de coronas llovieron sobre su cabeza encanecida, y las flores formaron bajo el casco de su trasijado corcel una suave, fresca, vistosa y perfumada alfombra de pétalos. Los arcos triunfales cargados de inscripciones y de banderolas se reproducían sin fin delante de sus pasos. Y las declamaciones y los gritos mezclados al trueno del cañón y al repique de las campanas, parecían concertarse con la vibración de las dulzaínas y el eco guerrero de las trompas, para pronunciar el nombre de Cortés, ya saludado por la gloria. Sin embargo, todo este júbilo fue obra de los gachupines, como después lo ha sido de unos cuantos léperos la pompa con que las ciudades parecen festejar a cualquiera de sus tiranos.
- Editorial Porrúa #507
- Colección "Sepan Cuantos"
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