
Era un espléndido crepúsculo lleno de melancólica poesía. El sol se escondía en el mar entre dos nombres enormes y flamígeras en la punta extrema de la isla del Corregidor, tiñendo las aguas de oro y grana, mientras las de la inmensa bahía de Manila se oscurecían, tonándose poco a poco parduzcas, aceradas. Manila, la opulenta capital del archipiélago, alzándose gigantesca sobre el río Passig, se esfumaba en la sombra, mientras la selva de campanarios de su multitud de iglesias y monasterios recibían aún los últimos besos del astro diurno, aguardando los de la Luna, que aparecía por detrás de la sierra de Mariveles. Los barcos desfilaban silenciosos a lo largo del muelle ante el populoso barrio de Binondo, con sus blancas velas desplegadas a la fresca brisa de la tarde, mientras a un lado se agrupaban los rápidos paraos malayos y los padewakans para comenzar la pesca nocturna, y navegaba alguna cañonera vomitando negras columnas de humo que se elevaban en la altura, destacándose vivamente en el luminoso horizonte.
- Editorial Porrúa #560
- Colección "Sepan Cuantos"
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